En el devenir de la historia de los seres humanos, tal vez
nada ha sido más objeto de estudio y reflexión que aquello que hay más allá de
la muerte. Tan antiguo como la humanidad, este tema inquieta la curiosidad de
todo aquel en quien hay vida y se hace consciente de la realidad inevitable de
la muerte. Ella es un aspecto cotidiano de nuestra condición humana. Parte de
la naturaleza de esa condición la vemos reflejada en que los hijos sepulten a
sus padres y familiares de mayor edad, a quienes los años ya han degradado sus
cuerpos. En ocasiones más difíciles de sobrellevar son los padres quienes deben
sepultar a los hijos, pero sea cual sea nuestro parentesco con el que fallece,
la separación de nuestros seres queridos siempre será motivo de grande tristeza
y dolor. Aunado al sentimiento de dolor y sufrimiento, la muerte de quienes nos
rodean trae ineludiblemente la consciencia de la fragilidad de la vida y nos
lleva a plantearnos interrogantes tales como: ¿Qué pasa al morir?, ¿se acabará
todo una vez estemos muertos?, ¿qué hay después?
La curiosidad del destino de los que mueren ha llevado a
todas las culturas desde la antigüedad a la elaboración de variados conceptos
acerca de lo que ocurrirá al finalizar la vida de cada quien. Algunos pensaban
en un lugar (a veces externo a la tierra y otras veces dentro de ella) al que
trascendía para siempre el difunto, como el inframundo de los griegos (también
llamado hades), la Duat de los
egipcios (un inframundo en el que deambulaba el espíritu de los muertos después
de ser juzgados por Osiris), el Irkalla de los babilonios (inframundo debajo de
la tierra, del cual ocasionalmente regresaban los muertos en forma de
fantasmas). En algunas ramas del hinduismo se enseña que el espíritu recibe una
sentencia después de haber sido juzgado en base a sus actos: vivir en un
planeta de calidad superior (si se había vivido haciendo el bien) o vivir en un
planeta inferior e infernal (si las obras fueron malas); ambos grupos
retornarían eventualmente a la tierra, algo similar a la reencarnación. Otros
no pensaban en la vida después de la muerte como un lugar, sino más bien como
un estado al que se llega (y que algunas veces dependía de la forma en que
hubiese vivido en la tierra). Esto es cierto de la mayoría de las formas del
gnosticismo, en las cuales el espíritu humano es concebido como una
manifestación o chispa desprendida de una energía suprema (que puede identificarse
como el ser supremo), y luego de la vida en esta tierra se podía trascender a
una realidad más elevada (a la cual los gnósticos llamaron cielo) para
posteriormente volverse a fusionar con la energía suprema de la que había
salido.
La variedad de intrincadas suposiciones acerca del destino
posterior a la muerte es el resultado natural de una humanidad preocupada,
confundida y sumida en la oscuridad, ignorante de la revelación que trae el
discernimiento de la verdad; la Palabra de Dios.
Pero, ¿habla la Biblia acerca del fin de la vida?
Efectivamente lo hace, y es bastante explícita al respecto.
La Biblia habla de la
resurrección. ¿Y qué es resucitar? Pues sencillamente es volver a vivir después
de haber muerto. Y no estamos hablando de seres humanos con cuerpos degradados de
muertos, deambulando como espectros pusilánimes y sin conciencia, ya que no
existe en las Escrituras la idea de resucitar sin un cuerpo sano y completo.
Esto lo podemos verificar en pasajes como Ezequiel 37:1-10, que contiene la profecía
del valle de los huesos secos. Aunque esta es una profecía sobre la futura
restauración de la casa de Israel (v.11), la descripción de la restauración de
los cuerpos es completa e integral. También en el relato de la resurrección milagrosa
de Lázaro por mano del Señor Jesús en Juan 11:37-45, encontramos que el cuerpo
debía estar ya descompuesto por haber estado en el sepulcro por cuatro días (v.39),
pero el Señor llama a Lázaro y éste fue presentado de forma normal para testimonio
a todos los presentes del poder de Jesús
(v.45). Por lo tanto, ni zombis ni fantasmas; la resurrección es la
reincorporación plena a la vida por obra del que “es poderoso para levantar aun
de entre los muertos” (Heb. 11:19).
¿Cuándo es el tiempo de resucitar?
Aunque la Biblia habla acerca de la resurrección de los
muertos, no significa que ésta sea un solo evento. La Biblia menciona dos
grandes acontecimientos de resurrección para los hombres: Una resurrección de los santos; los escogidos de
Dios, y la resurrección de todos los
demás seres humanos.
La resurrección de los santos
El apóstol Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, inspirado
por el Señor, escribe a modo de consuelo y enseñanza para la Iglesia, que entre
los creyentes no hay razón para entristecerse “como los otros que no tienen
esperanza” (1 Ts. 4:13) respecto a los que entre nosotros morían. Por supuesto,
esto no significa que la separación de nuestros hermanos no habría de producirnos
tristeza; esto es una reacción natural que manifestamos como seres humanos.
Pero el carácter de nuestra tristeza es diferente frente a los que no han puesto
su esperanza en Jesucristo. Pablo habla de los muertos en Cristo como dormidos
en Él (v.14); cómo personas que vivieron sus vidas sirviéndole y ahora están aguardando
para ser despertados por aquel en quien pusieron su fe y encontrarse finalmente con Él. ¿Y aguardando hasta
cuándo? Pues sigue diciendo Pablo que “el Señor mismo con voz de mando, con voz
de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero.” (v.16). Es en el momento de la segunda venida de
Cristo cuando tiene lugar la resurrección de los que durmieron en él. También
en 1 Corintios, Pablo describe y ubica cronológicamente la resurrección de los
escogidos de la siguiente forma: “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos,
a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán
resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.” (1 Cor. 15:52).
La frase “a la final trompeta” está relacionada con pasajes tales como Mt.
24:30-31; 1 Ts. 4:15-17, y se refiere al momento final del periodo de
tribulación que viene sobre el mundo entero. Naturalmente, si es la última
trompeta, no estará al comienzo sino al final.
Ya que conocemos el cuándo, podemos preguntarnos ¿Para qué
resucitan los santos?
Sobre el destino de los fieles abundan expresiones en las
Escrituras. En Juan 6:40 el Señor Jesús dice que el que cree en el Hijo será
resucitado por Él en el día postrero y tendrá vida eterna. “El que venciere, no
sufrirá daño de la segunda muerte.” (Ap. 2:11). Recibirán un nombre nuevo (y
con ese nombre un nuevo propósito, cómo pasa cuando Dios le cambia el nombre a
alguien) (Ap. 2:17). Tendrán autoridad sobre las naciones (Ap. 2:26). Reinarán
con Cristo (Ap. 3:21). Serán sacerdotes de Dios y de Cristo (Ap. 20:6).
Heredarán todas las cosas (Ap. 21:7). Hablando de la Nueva Jerusalén, la santa
ciudad que desciende del cielo a la tierra (Ap. 21:2,10), Juan escribe:
“Vi un cielo nuevo y
una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar
ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender
del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una
gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y
él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron.”
Ap. 21:1-4
Y luego:
“No habrá allí más
noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios
el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.”
Ap. 22:5
Es difícil dar una mejor descripción de la esperanza
cristiana que la expresada en estas palabras, y no son las únicas. Muchos otros
pasajes hablan de la gloria venidera y de la recompensa incorruptible de los
santos; Dios ha sido bastante claro con sus promesas. Vemos pues que para los
creyentes la muerte es sólo un paso para
la gloria eterna, la cual no se compara con las aflicciones presentes (Rom.
8:18).
La segunda resurrección
¿Qué pasa con los otros muertos? Es decir, los que han
muerto sin Cristo ¿están ya en el infierno? ¿También resucitarán? Veamos que
dice la Biblia.
En Apocalipsis 20:4-5 el apóstol Juan describe el resultado
de la primera resurrección:
“Y vi tronos, y se
sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de
los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los
que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca
en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero
los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta
es la primera resurrección.”
Ap. 20:4-5
Aquellos que resucitaron en la segunda venida del Señor, los
escogidos, recibieron la facultad de juzgar y de reinar con Cristo mil años.
Pero respecto a los otros muertos dice Juan que no volvieron a vivir sino sólo
hasta que se cumplieron mil años después de la segunda venida. Queda claro
entonces que eventualmente los que murieron sin Cristo también resucitarán,
pero ¿para qué resucitarán?
Más adelante en el mismo capítulo se narra un evento que ha
sido llamado el Juicio del Gran trono blanco:
“Y vi un gran trono
blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y
el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y
pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue
abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las
cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los
muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que
había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el
Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no
se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”
Ap. 20:11-15
El Juicio del Gran trono blanco es el evento en el cual el
Señor juzgará según el libro de la vida. Es entonces que ocurre la segunda
resurrección; todos, a excepción de los escogidos (que habrán resucitado mil
años antes) serán resucitados para juicio “según sus obras”. En este juicio la
sentencia es clara: “el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue
lanzado al lago de fuego”. Es interesante notar que la descripción que se da es
la de un juicio, no una sesión para establecer la sentencia. Hay quienes
piensan que este juicio no es exclusivamente condenatorio, y que tal vez exista
oportunidad de salvación para aquellos que no tuvieron la oportunidad de
aceptar o rechazar al Señor Jesús, como los niños que murieron antes o al
momento de nacer, y personas que nunca
escucharon del evangelio, por ejemplo. Por supuesto esto es un asunto meramente
especulativo ya que la Biblia no parece dar detalles al respecto, pero igual es
un punto a considerar. Y usted ¿qué opina?
Ahora, regresemos un momento al momento de la segunda venida
de Jesucristo. ¿Qué pasará con los seres humanos que no estén muertos pero que
tampoco sean del pueblo de Dios?
El Señor dice que en aquel tiempo muchas naciones (no sólo
personas, sino naciones enteras) subirán a Jerusalén a implorar el favor de
Jehová (Zac. 8:20-23). En Isaías 2:2-4, él escribió que estos hombres dirían así
en “lo postrero de los tiempos”: “Venid, y subamos al monte de Jehová, a la
casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus
sendas.” (v.3). También describe la ausencia de la guerra entre las naciones (v.4).
Una vez más en Zacarías 14:16-17, el profeta presenta a las naciones
sobrevivientes peregrinando constantemente a la ciudad santa a adorar al Rey.
Como hemos visto hasta ahora, nuestro sabio Dios no ha
dejado a la suerte ni al azar el destino de los seres humanos; la muerte no es
algo que se escape de Sus manos ni que trascienda a Su inmenso poderío. Dios
tiene un plan desde el principio y Él ha dado la oportunidad a los seres
humanos de disfrutar un destino glorioso; Él “ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan
3:16)
Por Daniel Tapizquen.
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